28 abr 2011

Babilonia

Aclaratoria: El presente relato forma parte de “Historias Parroquiales y otras menudencias de la Provincia de Paraguaná” del Oficial de la Real Hacienda Don Marin de Gaona, vecino de Cerro Atravesado y criador en las Sabanas de Caseto que tuviera destacada actuación en la defensa de Yabuquiva cuando se produjo el sangriento asalto de la tribu de Arajó.

El relato ha sido actualizado por Ezra de Lucena quien lo ambientó en Punto Fijo introduciendo algunos elementos y sucesos contemporáneos que a pesar de su  anacronismo conservan estrecha identidad con la trama y los personajes.

María Cardona, mejor conocida como María Babilonia o simplemente Babilonia, tercer hijo y única hembra de una familia de labriegos de Sicaname, llegó a Punto Fijo cuando ya era una mujer hecha y derecha, aunque solo tuviera como equipaje la simpleza de su alma campesina y el providencial instinto de ver en cada suceso un destino revelado.




Punto Fijo era entonces sólo una cita en la casa de los Yagua y los gritos de Tertuliano Naveda jopeando sus animales por Cerro Arriba de Carirubana. Eran los tiempos en que los gringos de la Mene Grande pagaban a una cocinera cincuenta bolívares mensuales, aunque cocinar solo fuese abrir diariamente una lata de frijoles importados.

No fueron precisamente frijoles importados los que constituyeron su dieta cuando se empleó de sirvienta en una de las casas del campamento petrolero donde trabajó hasta que los gringos, cansados de la resolana paraguanera, tomaron otro rumbo dejándole como recuerdo y tal vez como indemnización de tres años de servicio, unos traje de gala con brocados y abalorios tal vez demasiado grandes para su talla, pero insustituibles y de grandes efectos en las noches de aquelarre que le tocaría vivir.

En ese mundo todavía no convertido en barullo, que fue la Sabana de Cerro Arriba de Carirubana, vivió María Cardona madurando su futuro de vidente y deslumbrando a las gentes de su mismo origen con sus dotes de cuenta cuentos y muy especialmente con sus trajes de brocado.


En los días turbulentos del nacimiento de Punto Fijo, cuando los campesinos se transformaron en agrimensores, los criadores en arquitectos, los salineros en transportistas  y todos en albañiles; las mujeres tuvieron una significativa participación y especialmente María Babilonia que hizo de la videncia y de los bebedizos una especie de catalizador de la locura urbanística que invadió todos los rincones de Cerro Arriba.

He aquí pues a una Babilonia con cuarenta años de paciencia campesina, y un aprendizaje veloz de conciencias exóticas, convertida en vidente, quiromántica; alquimista vegetal, médico de cuerpos y almas; invocadora y exorcista; adivina y milagrera cubriendo de magia y alegres predicciones el destino de la ciudad naciente.




Fue famosa porque donde quiera que instaló su consultorio – desde Las Piedras hasta Nuevo Pueblo, con leve y turbulenta estadía en el Tropezón – dejó estela de enseñanzas que aun perduran y que su ultimo amante, profesor universitario, ha compilado y convertido en la Cátedra de Medicina Popular Revolucionaria, texto obligado en todas las células políticas de izquierda en los barrios mas agresivos y anárquicos de Punto Fijo.

A diferencia de tantos charlatanes que hicieron de la superstición popular una simple fuente de ingresos, Babilonia sabía de verdad verdad y tal vez por ello sus lecciones tengan ahora rango universitario.

No era en realidad una mujer instruida o erudita que tuviera títulos o que dictara conferencias en los Ateneos, por que lo cierto – necesario es reconocerlo – es que ni siquiera sabía leer y escribir. Esta ignorancia no le impedía emitir y firmar récipes que las farmacias despachaban sin la menor reserva, sin que por ello aseguremos que las medicinas despachadas fuesen efectivamente las que correspondían con la intención de Babilonia y menos aún con la necesidad del paciente.

Para evitar las controversias y complicaciones con los expendedores de medicina solía María Cardona recomendar a los pacientes que presentaran su récipe al boticario De Falco, quien no solo interpretaba los signos del récipe, sino que hacía un segundo reconocimiento del paciente y fundado en su propio diagnostico despachaba el producto que su experiencia recomendaba.

 
Es muy probable que entre Babilonia y De Falco hubiese un entendimiento que abarcaba no solo la lectura de los signos, sino también el diagnostico complementario, pero lo cierto es que no pudo escoger Babilonia una persona que respondiera mejor a sus designios y a las necesidades de los enfermos.



De Falco era un hombre de indudable origen celta, pero rubio como un flamenco, de cara rozagante y suaves maneras, que llegó a la naciente Punto Fijo armado con una formula para matar piojos y una ramita de abedul que manejada por un hiperestésico permitía encontrar yacimientos de agua con sólo llevar la ramita en una posición que permitiera su rápida inclinación tan pronto se pasara sobre aguas subterráneas.

La loción para los piojos tuvo notable éxito en la naciente ciudad, donde cualquier corredor y cualquier cuarto podía convertirse en posada con sólo poner este nombre en la pared exterior. El hacinamiento y la falta de agua produjeron una plaga de piojos ante la cual la loción del boticario venía siendo poco menos que un milagro.

La búsqueda del agua fue otro cantar: No hay ramita de abedul ni de ningún otro árbol por hiperestésico que sea el que la maneje, que pueda señalar un yacimiento de aguas subterráneas en Paraguaná. Sin embargo por el camino de las aguas imposibles llegó De Falco a la fuente de mil leyendas y tesoros; botijas, sueños de un pasado, esplendor y rutilantes morocotas que lo convirtieron a él mismo en parte de la leyenda y de los cuentos de la región.

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Entre Babilonia y un doctor en medicina la única diferencia era la cirugía. Sería mas exacto decir que entre un médico titular y la cirugía la única diferencia era Babilonia, porque ella tenía conocimientos, experiencias y hasta trucos que salvaban limpiamente la distancia que existe entre un diagnóstico y la operación consecuente. Mas aún, ningún cirujano de los que hemos conocido en Paraguaná hubiera sido capaz de realizar el prodigioso zurcido que hizo a Babilonia la mejor compone-virgos de toda la región.




Fue la milagrosa artesanía de quirúrgica de Babilonia lo que permitió a Clemencia Boyero, cuya primera hija había sido devuelta ignominiosamente en la madrugada de la noche de bodas, asegurarse de que a la segunda no le pasaría lo mismo, tal vez para desgracia de Fidelio Claves quien al casarse con la muchacha compuesta por Babilonia, estuvo luchando siete noches con sus días devanando sin desmayo el artificio que le cerraba el paso.

Ciertamente en María Cardona se confundían la institución y la habilidad con una inquebrantable vocación médica, pero ninguna de estas cualidades alteró jamás la simpleza de la condición humana que la hizo presa fácil del alcohol y de cuanto rifoso la rodeaba, pues a ninguno desdeñaba aún estando sobria.

Tal vez el hablar paraguanero no resulte lo más refinado y elegante, pero hay que decirlo de una vez: Babilonia era borracha y ruinona.


La afición al alcohol tenía un trasfondo profesional: su costumbre de preparar bebedizos a base de hojas y raíces la obligaba a usar el alcohol como vehículo excipiente, particularmente cuando se trataba de remedios contra la impotencia donde el brandy – como ahora- componente obligado y rutinario. La prueba de estos bebedizos desembocaba con harta frecuencia en descomunales borracheras y el consecuente ayuntamiento.

En ejercicio de su misión médica apoyaba Babilonia sus diagnósticos más que en las versiones del paciente, en la observación de los ojos y del aspecto general y – aunque sólo fuese un recurso teatral- en el examen de “las aguas”. Recibía diariamente decenas de botellas en las ambarinas muestras de la aflicción humana.


Cada botella, de por si revelaba algo del problema: su tamaño, la tapa utilizada, el envoltorio que la cobijaba y hasta los rústicos nombres de la etiqueta, Nemesio Prada; Juana Socarrás; Quintin Velarde … algunos con rúbrica o simplemente equis o cruces que eran historia viva de un grave desamparo.

No vamos a decir que las prescripciones de Babilonia fueran infalibles, mas sus yerros no doblegaron jamas la fe y devoción que las gentes de Paraguaná le guardaron.

Si las protestas y denuncias fueran un punto de referencia válido para la medición de errores en el diagnóstico, el Seguro Social estaría a distancias siderales de nuestra recordada Babilonia. Ella no tuvo el recurso del ruleteo ni un miserable vademécum, ni la desfachatez de decirle a un paciente que volviera dentro de cuatro meses. 



Ante cualquier desamparo ella ocurría ante su viejo mazo de naipes españoles al que sustraía la carta de los malos presagios que era por regla general la amarilla de bastos, y mientras leía, iba dictando, como una maestra, el texto de su visión y de sus premoniciones sin omitir los signos de puntuación: “punto y coma”, “punticos seguidos”.


Tal vez en alguna ocasión su vida se apagó en uno de esos puntos suspensivos sin que su paciente pudiera llegar a la tierra de esperanza en que ella viajaba para siempre.

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Varios años después visitamos la casa que fuera su consultorio en Nuevo Pueblo. En una gaveta encontramos varias cartas que le enviara su madre desde Sicaname. Ni importa la Ley que impida publicar este poema transcrito seguramente por el Bachiller Diego Aramendi. Dice así:

“Sicaname 12 de Diciembre de 1933

Señorita
María Cardona
Las Piedras de Costa Abajo

Mi querida y recordada hija: tomo la pluma en mis manos para hacerte estas cuatro líneas deseando que al recibo de esta te encuentre bien por esta tu casa todos bien gracias a dios aunque el viejo tiene reumatismo y no puede con el dolor de espalda. Te hemos escrito tres veces y ya me estoy poniendo vieja sin saber de ti escríbeme hija querida y me dices como estás aquí gracias a dios este año no ha faltado la chicoa ni el remillón de masamorra para cerrar el día. Te mando con el señor Catalino un pote de nata y un poquito de chicoa nos devuelves el pote y el mapire que tu hermano lo necesita cuando vaya a jalar el conuco de los Fierro.

Bueno querida María que dios te acompañe y te favorezca tu madre que no te olvida y que quiere verte. Remigia Cardona.”



Seguramente Babilonia nunca leyó esta carta pues le avergonzaba revelar su analfabetismo, pero sin duda alguna intuyó todo cuanto le decían, y tal vez convencida de su propia videncia quemaría algunas hojas de alhucema y clemón para viajar con el humo hasta sus queridas raíces de Sicaname.

Pedro Gamboa.