28 abr 2011

Trucutruman


Después de haber trabajado varios años en la Gulf, nombre que se quedó para siempre en su memoria, Erwin Trutman arribó a la Shell donde esperó que prescribiera su renuencia a alistarse en el ejercito alemán.


Su apellido, su corpulencia y hasta su voracidad le granjearon el apodo de Trucutruman, Ningún nombre menos apropiado al personaje. Edwin fue un poeta _ quizá todavía lo sea a pesar de la inflación_ que amó el Golfo de Venezuela e hizo de esta naciente orilla tema exclusivo de su afán literario.

Producto de esa pasión fueron sus Dreizehn Kleinen Gulfen Zeigeschichte (13 Pequeñas Crónicas del Golfo) reunidas en un manojo de papel Nevada que a duras penas logré salvar de su indiferencia y de las manchas de guiso y azafrán que moteaban toda la vivienda.




Las crónicas habían sido impresas en aquel famoso papel Nevada 1000 que solo se conseguía en la Shell y en la Creole y del que nuestro amigo hurtaba cualquier cantidad que encontrase a mano siempre que fuese color oro viejo. Edwin  decía que el Nevada 1000 incitaba a escribir para no desperdiciar aquella magnífica superficie satinada sin reflejos, donde el oro viejo lograba que las historias no se desvanecieran jamas.

Mi amistad con Erwin Trutman se distrajo en largas noches rociadas de vino - siempre tinto - y harta cerveza Pilsen (una cerveza era Pilsen, aunque no lo dijese la etiqueta, cuando el podía beberse una docena de medias jarras sin pararse a orinar ni una maldita sola vez) donde recreaba con alegría los eslabones que nos unían a las historias menudas.



Aunque yo conocía la naturaleza y génesis de las crónicas, el idioma no me permitió acceder al mundo por ellas redivivo, hasta que Miguel Maestre - un madrileño irrevocablemente nuestro para siempre -, entre muchos tragos, las tradujo a su querido español. Al final de cualquier párrafo referido a la vida airada, Miguel exclamaba: “Este tiene que haberse leído el Lazarillo…

He tratado de conservar en estas Crónicas del Golfo esa especie de sortilegio que hechizó a Erwin Trutman y que no fue otra cosa que una amorosa y permanente comunión con la naciente vida de Punto Fijo.
¡ Salud Erwin ! dondequiera que estés. Espero que haya prescrito para siempre esa pesadilla de la guerra y del alistamiento y que alguna vez lleguen a ti los ecos de tus pequeñas crónicas.



Ojala que el velo de este silencio y ¡ay! de los años, no borre la alegría que nos vincula a estas historias menudas. Ve por tu Pilsen y brindemos, querido camarada.


Pedro Gamboa.