28 abr 2011

La Última Noche del General Carretilla

Cristino Rafael López, hijo de su insolencia y padre de nadie, en 70 años de su existencia sólo pudo agregar a su vida y a su nombre el título de general.

Sin haber ganado otra batalla que no fuera la librada contra su propio pueblo. Vivió en un Paraguaná aldeana que sólo pudo poner a su arrogancia el calificativo de “Carretilla” para llamarlo desde siempre y para siempre General Carretilla.

Muy poco se sabe del origen de este personaje: Fue precisamente a su muerte o tal vez su cadáver lo que dejó grabado su nombre en la memoria de toda la región.




Se apareció venido de no se donde, montando en una mula con hierro desconocido; botas y cinturón de cuero repujado; sombrero alón de fieltro muy viejo y sudado; una escopeta terciada a la espalda; dos revólveres al cinto y una docena de zafios armados de machetes.




Reclutó los primeros curiosos mientras los demás buscaron refugio en las Cuevas de López Vizcaino y buscó una tropa de veinte hombres que llevó hasta Puerto Escondido para detener un desembarco de no se sabe que enemigos procedentes de Aruba o Curaçao… Aquí el hilo de la historia se rompe por las contradicciones entre el relato de Don Cristino, que hablaba de su triunfo en Tumatey, y las versiones de los “Soldados” varios de los cuales decían que los únicos disparos fueron contra unos contrabandistas de sal que estaban en las Cumaraguas; otros dijeron que el único desembarco ocurrido fue el de unos pescadores de sábalo a quienes el General exigió unas huevas; y los mas desaprensivos, que habían pasado el tiempo “bailando chipe” para Cristino mientras éste esperaba que se secaran las huevas del sábalo.

Ya instalado en tierras de Baraived, muy cerca de donde se remansan las suaves laderas de Camunare para confundirse con las vegas de Charaima, convirtió a sus soldados, héroes de Tumatey, en administradores de los innumerables fundos que le deparó su campaña.

Viudo a los pocos años de residencia, distrajo sus noches con algunas sirvientas de la casa y con una que otra comadre “de papelito”, hasta que tropezó a Billa Lefaria, quien sin consideración de grados ni de honores le dio el mismo tratamiento y final que todos sus amantes, hasta dejarlo como un sobreviviente del año 12.

Billa usaba su apellido como un campo de guerra donde solo perdió las batallas en que resultó preñada, un total de 15 criaturas que llevaron con desenfado el único apellido conocido de su madre.




Nunca identificó a los padres de sus hijos y cuando alguien la interrogó al respecto respondió: “ no llevo cuentas de los hombres que he tenido, las únicas que llevan esas cuentas son las putas”… y llevando de la mano a cualesquiera de sus hijos siguió viajando impávida por los polvorientos caminos de la Península.

Fue precisamente de esta unión que nació el apodo de “Carretilla”, pues Don Cristino a objeto e reforzar su dieta erótica montó una estación en la Playa de Carretilla con dos mujeres que recogían los chipes mas hermosos para llevárselos diariamente y permitirle cumplir con las exigencias de Billa.

Tal vez la dieta no tuvo la eficacia debida; pues lo cierto es que hubo una declinación repentina y Don Cristino tuvo que ser recogido como ese sobreviviente del año 12, por una de sus servidoras - tal vez la mas firme y paciente - Salomona Payares, con quien vivió hasta su muerte y quien al cumplir con sus deseos, lo convirtió en el recuerdo mas notable de todas las muertes de la comarca.

Este clamoroso recuerdo tal vez se deba a que el velorio del General fue la mas prolongada y rumbosa ultima noche de que se tenga noticia en los campos de Camunare.


Duró mas de seis meses y posiblemente hubiera durado mas de un año, pero se presentó un tiempo de lluvia que llevó la atención de los hombres a los fundos abandonados y a los aperos de labranza. No falta quien afirme que ningún aguacero hubiera acabado con la ultima noche del General de no haber ocurrido que los alambiques clandestinos de Monche Flores y Genaro Díaz no pudieron producir aguardiente al mismo ritmo en que lo consumía la creciente población de festejantes.




Seguramente sin proponérselo, el General Carretilla contribuyó a la prolongación de su velorio, pues dispuso por testamento que su cadáver fuera embalsamado, vestido de azul marino donde lucieran las condecoraciones; tocado con su mejor sombrero de fieltro, calzado con las botas que usaba para montar y sentado finalmente en su despacho a objeto de presidir como en sus mejores tiempos la casa de la que no quería separarse.

Salomona Payares cumplió con firmeza los deseos del General Carretilla; a pesar de ser analfabeta y de su natural repugnancia por el procedimiento, siguió con relativa facilidad las indicaciones y ordenó el embalsamiento.

Momificado y sentado en su despacho con todas sus condecoraciones, el General Carretilla presidía la sala, donde por mas de treinta años dictó las órdenes que mantuvieron amedrentada a toda la región y especialmente al único marica - conocido - en los campos de Camunare, Angelito Cremón, objeto de su especial inquina y quien a pesar de los golpes, arrestos y vejámenes mantuvo con increíble valentía el atajo por el que le tocó transitar en su precaria vida.

Si el General Carretilla al ordenar su momificación, tuvo el propósito de convertirse en gendarme que velaría por la integridad de sus propiedades, la tradición paraguanera convirtió su presencia en la más prolongada y rumbosa última noche de todas las conocidas en tierras de la Península.



  
Las últimas noches de difuntos en Paraguaná, son como un canto a la vida y a la esencia del linaje humano. No son una despedida pues no tienen la aprensión ni la tristeza de los adioses. Es, tal vez, una comunión de la tradición y de la esperanza.




Cuando alguien moría había como un suspenso, una pausa trágica; como si se hubiera roto un eslabón de la cadena humana. La última noche era el fin de ese suspenso, la continuación de la marcha, la restauración de la cadena.

El vinculo mas entrañable y profundo no estaba entre los amigos y el recuerdo del finado sino en el encuentro, en el apretón de manos y en el nexo indisoluble y amplio  entre los que han quedado para restablecer la unidad de la vida. La última noche en los campos de Paraguaná es un suceso inolvidable, sea cual fuere el muerto.

En las noches tibias y profundas de los campos de la Península no falta nunca una guitarra, cuya ejecución no es precisamente para acompañar canción alguna, sino los secos rumores de la noche.

Sus notas apagadas viajan como estrellas fugaces por los vastos cielos de la comarca, llenándolos de voces. Estos cielos perduran en la memoria y constituyen donde quiera que estemos el santo y seña de nuestro regreso a los orígenes.




La última noche del General Carretilla hizo que todo vestigio de resentimiento quedara sumido en la consternación del insólito velorio. Los despojados asumieron el dominio de sus fundos como parte de una historia cuyo final conocían. Solo quedó la natural curiosidad de todos por aquel cuerpo que había decidido seguir sobre la tierra y que efectivamente se mantuvo en su despacho como un testigo mudo y extravagante de la injusticia.

Cuando murió el General Carretilla, no había nacido todavía Secundino Payares, hijo de Salomona y consecuencia evidente y necesaria de la última noche.

Fue Secundino quien al cumplir 15 años, decidió que la momia de Cristino López era un calembe que no podía seguir ocupando la casa ni presidiendo nada; 




...así que lo quemó con sillas y condecoraciones  y borró su figura de los campos de Camunare, para que todos los llegados mucho tiempo después a la orilla del Golfo, a pesar de las momias inútiles y extravagantes, podamos hacer de cada recuerdo y tradición una reafirmación de la vida. 

Pedro Gamboa.